El fin de semana Diego y yo nos fuimos de campamento, instalar casa de campaña, llevar snacks, hacer actividades.
La actividad final el primer día sería una caminata nocturna. Diego le tiene miedo a la obscuridad.
La caminata sería en silencio y sin linternas, explicó la Guia. Yo le veía a Diego su carita de miedo: —yo me voy a quedar— dijo llorando. Me hinqué para quedar a su altura y poder verlo de frente: —hijo yo se que tienes miedo, no es opción quedarnos, voy a agarrarte la mano todo el camino— le dije.
Éramos los últimos, todo el grupo iba adelante y Diego caminaba abrazado a mi escondiendo su cara atrás de mi espalda asomando un ojo al camino.
Caminamos veinticinco minutos en la oscuridad escuchando diferentes sonidos hasta llegar a un árbol grande que tenía una pequeña luciérnaga, hicimos un círculo alrededor del árbol.
La Guía le dijo a los niños en voz baja que se acercaran a verla con ella, algunos fueron corriendo otros con miedo caminaron hacia ella yo acerqué a Diego que al ver a todos sus amigos caminando hacia la luciérnaga me soltó la mano y avanzó solo.
Una instrucción que nos habían dado solo a los papás es que cuando llegáramos a ese momento todos nos alejaríamos de los niños haciendo un círculo aún más grande alrededor del árbol quedando detrás de ellos mientras estaban distraídos con la luz.
Regresen con sus papás — dijo la Guía. Los niños se giran en la oscuridad y empieza la búsqueda. Yo sabía que Diego tendría mucho miedo y no podía ir a buscarlo, me dolía.
¿Papi? —dijo sollozando — acá estoy — le dije y veo como sigue mi voz hasta que llega conmigo, me abraza lo más fuerte que he sentido que me ha abrazado nunca y me dice: —No te veía pero sabía que estabas aquí—
Así será siempre, hijo.
¡Diviértete!