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Siempre hay un comienzo

Empecé a pensar en Infocus cuando trabajaba en otra empresa mientras terminaba la maestría. La idea surgió porque mi relación con mi jefe era bastante mala y sentía que podía hacer las cosas aún mejor de lo que las estaba haciendo. Por eso puedo decir que le debo mi empresa a un mal jefe. Si él hubiera sido un buen maestro yo nunca hubiera decidido empezar por mi cuenta, así que le estoy muy agradecido.

Tomé la decisión de empezar durante un fin de semana y en menos de un mes ya había dejado mi trabajo como consultor para empezar mi empresa de consultoría. Trace el negocio en mi casa, en el escritorio que estaba junto a mi cama: plan de negocios, misión, visión, valores, cuentas e inversiones. Con el dinero de mi liquidación compré una impresora a color, seguro de que sería de gran ayuda.

En un par de semanas ya tenía mi primer cliente y mi primer empleado, quien hoy es socio de Infocus Consultores. Tuve que tomar un trabajo como maestro para pagar los gastos fijos de mi nuevo negocio y poder crecer. En el comienzo un buen amigo y consejero me prestó su negocio para usarlo como oficina. Tiempo después me salí de ahí para no estar tan cómodo. Era importante entender que tenía que pagar luz, agua, teléfono, sueldos, etc. Si me hubiera quedado cómodo en mi primera oficina nunca me hubiera dado la oportunidad de crecer. La comodidad mata.

Tras el movimiento hubo momentos difíciles, tuve que sacar de mi tarjeta de crédito para pagar los gastos fijos en más de una ocasión. Tuve que aprender a ser tenaz. Incluso le pedí dinero a mi papá quien me negó cualquier préstamo para que no dependiera de él: la carga echa a andar al burro.
El plan de negocios inicial, que era sumamente agresivo, lo había cumplido a los seis meses así que me senté con mi equipo nuevo (¡ya éramos tres personas!) a trazar nuevos objetivos, valores, etc. Tenía seis meses con Infocus y ya era necesario empezar de cero otra vez. Mis objetivos fueron aún más agresivos y no tuvimos miedo en reinventarnos. Ese proceso lo hemos tenido que repetir muchas veces después. No hay que tener miedo al cambio, de hecho, hay que forzarnos hacia la adaptación. En menos de un año mi negocio estaba creciendo y jalando en forma. Mi papá me ofreció un préstamo pero para ese momento ya no lo necesitaba. Quizá si me hubiera prestado dinero en el principio no hubiera actuado de manera agresiva y no hubiera cumplido mis objetivos en tan corto plazo. Esa lección me quedó muy clara.

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