Todos vendemos algo me dice uno de mis mentores cada que le digo que soy mal vendedor.
Mi primer contacto con las ventas fue cuando tenía unos doce años, en la casa de mis abuelos había un árbol de arrayán gigante, un día después de que les ayudé a recoger todos los que se habían caído, mamanina los lavó y metió en unas bolsitas de papel café, a algunas bolsitas les echó chile en polvo y a otras no.
Las bolsitas las puso en una charola y me dijo: —vas a ir a venderlas aquí a los vecinos de la cuadra—.
Después de una breve capacitación, tomó una rama de una planta que no recuerdo que era, la puso hasta abajo de las bolsitas, entre ellas y la charola: —es para que te dé buena suerte— me dijo. Se persignó, me persignó a mí y me fui a tocar puertas. Me acuerdo de que las primeras puertas que toqué me daba mucha vergüenza y medio les decía que vendía arrayanes y los vecinos al verme morro me las compraban y fui agarrando confianza después de que me compraban una y caminaba a la siguiente puerta. Las vendí todas.
Saber vender es algo que no te enseñan en la escuela, lo aprendes haciéndolo, y cada puerta que no se abre te forja el carácter y los argumentos para la siguiente, con el tiempo, escuchando con atención y cumpliéndole a tus clientes se terminan abriendo las puertas que al principio no.
¡Diviértete!